Hoy hemos celebrado la Presentación del Señor en el Templo, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor».
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Como proclama el anciano Simeón, Jesús es el Salvador, «presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones» Al conmemorar la venida y manifestación de la luz divina al mundo, la Iglesia bendice todos los años los cirios, símbolo de la perenne presencia de Jesús, y de la luz de la fe que los fieles reciben por el sacramento del Bautismo. La procesión con los cirios encendidos se convierte así en una expresión de la vida cristiana: un camino iluminado por la luz de Cristo.
La Iglesia de Jerusalén comenzó a conmemorar anualmente este misterio en el siglo IV. La fiesta se celebraba el 14 de febrero, cuarenta días después de Epifanía, porque la liturgia de Jerusalén no había adoptado aún la costumbre romana de celebrar la Navidad el 25 de diciembre. Por eso, cuando este uso fue común en todo el orbe cristiano, la fiesta de la presentación se trasladó al día 2 de febrero y se extendió así muy pronto por todo el Oriente.
En Bizancio, la introdujo el emperador Justiniano I en el siglo VI, bajo la advocación de Hypapante o el encuentro de Jesús con el anciano Simeón, figura de los justos de Israel, que pacientemente habían esperado largo tiempo el cumplimiento de las promesas mesiánicas.
Durante el siglo VII, la celebración arraigó también en Occidente. El nombre popular de candelaria o fiesta de la luz proviene de la tradición, instituida por el papa Sergio I, de hacer una procesión con cirios.